martes, 18 de noviembre de 2008

EL NACIMIENTO DE UN VOLCAN

Un frío día de invierno de 1943, una pequeña grieta se abrió en medio de un campo de maíz de una tranquila granja mexicana. Cuando algunas chispas rojas y calientes surgieron de su interior, el granjero, sorprendido, trató de taparla con basura. Al día siguiente, la grieta se había convertido en un agujero de 2 metros de diámetro.

Una semana más tarde, el polvo, las cenizas y las rocas que brotaron de su interior ¡habían formado un cono de 150 metros de altura! Las explosiones rugieron a través de los pacíficos campos de cultivo y una gran cantidad de lava fundida emergió del cráter, destruyendo la tranquila villa de Percutí. Las erupciones continuaron y, al cabo de un año, la nueva montaña, denominada como el pueblo que había sepultado, medía 300 metros. Cuando las erupciones se detuvieron en 1952, Percutí tenía 410 metros de altura.
Bombas volcánicas

A veces, las explosiones de una erupción violenta hacen volar parte del volcán y lanzan enormes rocas al aire. Si la lava es viscosa, algunos fragmentos pueden salir disparados muy lejos y, mientras vuelan por el aire, enfriarse adoptando formas aerodinámicas. Todos estos proyectiles reciben el nombre técnico de piro clastos, pero en el argot popular se los conoce como bombas volcánicas. Las bombas volcánicas pueden llegar a kilómetros de distancia, y ni qué decir tiene que su impacto produce grandes destrozos y muertes.




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